La sede del Principado, en Madrid, sigue en venta. Un fugaz Presidente decretó su cierre y subasta. Fue el mismo que creyó que existía “el quinto pino”: El Prestige, nunca encontró el rumbo Norte. Las impetuosas decisiones hacen ruido mediático: se exhibe coraje, esfuerzo de ánimo, valor… Esa aburrida e indecente práctica sigue resultando económica para quien la practica: es altamente improbable que pague por sus errores.
Delegación de Asturias en Madrid (Glorieta Ruíz Jiménez)
La marca Asturias, en Madrid, está por los suelos. Los símbolos, por los que algunos pueden hacer la guerra, son parte de un espontáneo basurero urbano.
El Principado envía imágenes que representan una realidad sin futuro, en quiebra. La Cruz de la Victoria, las costosas representaciones sensoriales o los caros luminosos que ya no lucen se han convertido en escombros. Sólo los colchones viejos que guardan los sueños de un puñado de indigentes dan vida al Paraíso Natural.
¿Quién está haciendo las cuentas?, ¿quién se encarga de medir la “rentabilidad” de semejante despilfarro?, ¿ qué operación se esconde detrás de esta venta?
Asturias es un Paraíso Sobrenatural, una región irrepetible. Si, como creía Sánchez- Albornoz, su reino nació por casualidad y su éxito surgió de la capacidad de los astures para adaptarse a una nueva situación que daba la vuelta al siglo VIII, ¡aquello si debió ser una crisis!, ahora toca apostar por la innovación, por la creatividad, por los recursos naturales infinitos.
O se borra la huella de Asturias en Madrid – limpieza del local y eliminación de rasgos de identidad- o se ponen encima de la mesa nuevas ideas capaces de tender una trampa a la llamada crisis, una estrategia que atraiga inversión y crecimiento. Pelayo parece que mantuvo su rebeldía, avivó el sentimiento independentista de los astures y… ¡Aquí estamos!
