Seis y media de la tarde; sábado frío empeñado en impedir que la primavera asomara la cabeza en Madrid. Mucha gente arremolinada en Sol, al calor de las ideas.
Ramón Cotarelo, catedrático de Ciencias Políticas de la UNED, estaba en la calle –como decenas de colegas– para defender una Universidad llena de pavor y espanto, amenazada por unos recortes que hipotecan el futuro y condenan el presente. Cotarelo, tal vez para calentar la baja temperatura, lanzó una doble y ardiente pregunta a su audiencia:
-¿Qué hacemos con el tirano?, ¿Qué hacemos con un poder político que dicta normas inicuas, injustas, consideradas tales por la conciencia de los ciudadanos?
El silencio servía para medir, con absoluta fiabilidad, el interés del público. Sólo nerviosos vehículos de policía y algún espectáculo próximo (pitufos incluídos) emitían ruidos, por lo general desagradables. La megafonía de la “clase en la calle” parecía jugar en el equipo contrario, por cierto.
Una estudiante que tenía cerca, respondió mientras el Catedrático callejero se quedó unos segundos mirando a un cielo amenazante. La chica dijo:
-¡A la guillotina!
Ignoro si Ramón Cotarelo escuchó la sentencia popular; si fue así, no cedió a la tentación y continuó con su argumento. Un apasionado paseo por la historia le permitió recordar a Santo Tomás de Aquino –al hilo del derecho de tiranicidio- y de paso traer a la memoria un detalle: como buen doctor de la Iglesia, dejó la respuesta en el aire. En su relato cronológico saltaron al escenario las guerras de Dios: los enfrentamientos entre católicos y protestantes, católicos y hugonotes… La puerta al principio de tolerancia se cerraba “divinamente” a la par que los iluminados bandos justificaban el tiranicidio y el derecho de resistencia en beneficio propio. Juan de Mariana y su De Rege et regis institutione , libro prohibido y quemado por justificar el tiranicidio, también hicieron acto de presencia en Sol. Cotarelo se atrevió a entrar en detalles – se tomó su tiempo- para explicar de dónde le viene la mala fama a la Compañía de Jesús y aquello del puente de plata al enemigo. Los jesuitas, desde lo de Mariana, fueron relegados a América, lejos de dominios en los que resultaban incómodos y peligrosos.
Carlos I de Inglaterra -Carlos Estuardo- decapitado por alta traición y otros altos crímenes, era el caso perfecto que Cotalero necesitaba para demostrar que las teorías, antes o después, cambian el mundo. La casualidad quiso que Thomas Hobbes acompañara al Rey traidor al cadalso…Es verdad que ignoramos que diría, en semejantes, circunstancias, Hobbes al condenado…
Luis XVI, la Revolución Francesa, Kant, Stuart Mill o Henry David Thoreau se convirtieron en invitados de Ramón Cotarelo.
La noche se había tragado, en un abrir y no cerrar los ojos, la tarde. La legitimidad frente a la legalidad, la desobediencia como actitud ética y moral, la reflexión o la libertad fueron los contenidos debate , ¿tertulia?, de la programación de la universidad pública…
No podría calcular cuantas personas, de todas las edades, colores y condiciones físicas aguantaron el pormenorizado relato. Los programadores de “debates” y “tertulias” en las televisiones, los encargados de prohibir en ese medio el acto de pensar para defender la “dictadura de la empresa” , los idiotizadores que escenifican una realidad paralela, ignoran el peligro que viene… ¿Alguien se atrevería a programar semejante “ coñazo” en el prime time del sábado 9 de marzo, en Madrid?
Una espectadora tenía una pregunta para Cotalero. La formuló:
-Por qué la gente tiene miedo?
La respuesta, traducida al lenguaje de los sordos, fue breve:
– ¡Porque el poder responde a hostias!