Una noche, Jokin trató de atrapar un cometa. La fantástica representación deja ahora de pertenecer al mundo de lo imaginado. Jokin soñó despierto aquel 20 de marzo de 2013, a bordo de su escalera espacial. Rosetta, llegó muy lejos.
En 1969, dos investigadores ucraniano-soviéticos pusieron nombre a un cometa expelido de su núcleo materno, el cinturón de Kuiper. 67P Chuyumov-Gerasimenko, que así pasó a llamarse, mantiene intactos los remanentes de la formación del Sistema Solar. En 2014, tenemos ante nuestros ojos el primer archivo de imágenes del periodo embrionario, del principio.
Jokin se subió al PanSTARRS, uno de esos cuerpos que parecen fuegos artificiales congelados porque aprovechó una de las visitas periódicas del cometa que lleva el nombre de un telescopio de sondeo panorámico y sistema de respuesta rápida, pensado para descubrir y caracterizar potenciales “enemigos” – cometas y asteroides- que pudieran “bombardear” nuestro mundo. Lo tenía, es verdad, al alcance de la mano.
Los investigadores de nacionalidad- ahora ucraniana- a finales de los setenta del siglo XX, descubrieron el cometa gracias a unas fotos que retrataban a otro: el 32P/Comas Solá ( astrónomo catalán al que tanto debemos y tan poco recordamos). Jamás pensaron que, algún día, conocerían detalles íntimos de la “criatura” a la que habían dado sus apellidos.
Rosetta lleva diez años viajando para encontrarse con el principio. Jokin no idealizó la realidad, lo suyo fue posible. Por una vez, no necesitamos servirnos de la fantasía para que nuestro ánimo reproduzca por medio de imágenes las cosas lejanas, inalcanzables.