Mañana amable de enero, domingo, en Madrid. Sabes que el aire de está ciudad está sucio porque has visto “la boina” desde lejos. Aún así, al Museo del Prado le sienta bien El Hermitage. El Tañedor de laúd de Caravaggio, en mitad de una plaza, resulta espléndido, el mejor mueble urbano imaginable.
Muy cerca, un vehículo blindado de la Policía Nacional. Hombres, mujeres y niños enfundados en banderas sirias piden a voces libertad para su pueblo. Están frente a su Embajada que tiene las persianas cerradas y una bandera mucho mas pequeña que cualquiera de las que se alzan en la vía pública. ¡Siria ensangrentada!, Embajador: ¡fuera!, ¡Siria matando, La Liga apoyando!, ¡no mas tanques, ni balas explosivas!, ¡Siria quiere libertad!…eran gritos que se dirigían hacia la representación oficial de un país que tiene cubiertas las vistas a la calle.
Un solo micrófono pasaba de mano en mano. Había niños, varios niños, entre las personas que tomaban parte de la manifestación pública a cara descubierta. También mujeres, sin miedo.
El testimonio de Anwar Al-Malek, observador de la Liga Árabe, no deja indiferente. Esa mezcla de honor, humanidad, religión, sentido común, bastaría para obligar a determinados dirigentes a quitarse la máscara que, al igual que la persiana cerrada, les impide ver la cruda realidad.
La muerte, ayer, de un periodista francés se inscribe en la carrera hacia la barbaridad que, no sólo en Siria, nos conduce a la destrucción del ser humano. Las grandes «superficies» de las armas, no están en crisis.
Poco después, te encuentras con el San Sebastián asaetado, de Tiziano Vecellio, en El Hermitage del Prado, y piensas que la Historia también es un pañuelo. ¡Salam!
400 muertos después de la llegada de los observadores de la Liga Arabe
España y el incierto proceso de paz en Siria
Varios observadores de la Liga Árabe se han marchado de Siria/strong>
Cuánta sed de fuego y poder! Cuánta voz callada! El enjundioso envase de una España Real unido al desierto y a la muerte, allí nomás.
Me siento pleno al leer esta alegoría de la ilustrada indiferencia. Claro que esa plenitud huele a vacío.